Edad: 11 / Estatura: 1.40 m. / Ocupación: Ladrón y recolector de información

Ryan Ashborn

Ryan no encaja en las historias que la gente cuenta sobre los niños. No corre detrás de pelotas ni hace amigos entre las ruinas. No grita; se calla. Y en ese silencio, escucha. Todo. El roce de las botas en el adoquín, los cuchicheos que creen ahogados por el bullicio del mercado, el tintineo de una moneda antes de guardarse en una bolsa mal asegurada. Su vida depende de esos pequeños detalles.

Él no camina como otros niños. Se desliza. Una sombra que se detiene justo antes de ser vista, que evalúa el peligro con una precisión escalofriante. Nunca lo vas a notar hasta que ya sea tarde. Hasta que esa última moneda en tu bolsillo o ese trozo de pan duro desaparezca. Y cuando lo busques, estarás solo mirándote los pies, porque Ryan ya se habrá ido, quizás saltando un muro bajo, quizás escondiéndose detrás de los barriles que flanquean las calles.

No es un héroe ni quiere serlo. El hambre y el miedo le han enseñado que los héroes terminan muertos. Así que él se limita a vivir, a robar lo suficiente para seguir un día más. Pero hay momentos —raros, breves— en los que su mirada cambia, en los que deja de ser ese niño que sabe demasiado sobre el mundo. Como cuando una anciana le regala un mendrugo de pan sin pedirle nada a cambio, o cuando escucha una canción que alguien canta para nadie en particular.

Por un instante, Ryan se detiene. Y entonces recuerdas que no siempre fue así. Que, antes de que el hambre y la suciedad lo convirtieran en una sombra, Ryan fue un niño como cualquier otro.

"¿Por qué pagar por lo que puedes tomar? Así lo hace la calle.”


Edad: 43/ Estatura: 1.55 m. / Ocupación: Vendedora de fruta

Marla devine

Marla se despierta antes del amanecer. Es un hábito, o tal vez una necesidad, porque las calles de Las Cenizas no se prestan para llegar tarde. Mientras la ciudad sigue en penumbra, ya está empujando su vieja carretilla, cargada con fruta que no es perfecta pero tampoco tan mala. Las manzanas tienen magulladuras, las naranjas son pequeñas y las peras se ven cansadas, pero Marla les da un lugar en sus cestos como si fueran joyas. "Todo tiene su valor", dice, y aunque algunos se rían de su optimismo, nadie la contradice.

Marla tiene 43 años y se ve exactamente como alguien que ha vivido en Las Cenizas toda su vida: el rostro marcado por las risas y las preocupaciones, las manos fuertes de cargar y empujar, y los ojos que miran directo al corazón de las personas, no a lo que llevan en los bolsillos. Su cabello oscuro, recogido con una simple cinta, brilla con destellos de plata, un detalle que le da una dignidad natural. Cuando sonríe, lo hace con los labios apretados, como si estuviera guardando un secreto, uno bueno, pero frágil.

La gente de Las Cenizas la quiere, y eso no es algo que se diga a la ligera. Marla no tiene grandes gestos heroicos ni discursos inspiradores. Solo tiene su forma de estar presente. Si un niño se acerca con hambre, encontrará en su carretilla un trozo de fruta aunque no tenga una moneda para pagar. Si un vecino está enfermo, Marla le llevará algo de comer sin que se lo pidan. Y si alguien necesita escuchar unas palabras de aliento, ella las encuentra, aunque a veces suenen más prácticas que dulces.

Incluso los mercenarios, esos hombres y mujeres duros que no se detienen por nadie, parecen bajar la guardia con Marla. A veces se acercan, intercambian bromas con ella, la ayudan a mover la carretilla si el barro de las calles se pone difícil. Hay quienes dicen que ella es la madre que muchos de ellos desearon tener. Marla no se burla de ellos ni los juzga, y por eso, en una ciudad que parece hecha de traiciones, algunos de los más peligrosos están dispuestos a defenderla si alguien intenta aprovecharse.

"He estado aquí más tiempo que muchos, y si hay algo que he aprendido, es que cuidar a los demás es la única manera de sobrevivir."


Edad: 36/ Estatura: 1.98 m. / Ocupación: Matón de las Cenizas

garrik bloodfist

Garrik no camina, avanza como si estuviera a punto de derribar todo a su paso. Su presencia en las calles de Las Cenizas es inconfundible: enorme, imponente, y siempre un poco intimidante. No necesita gritar ni amenazar para hacerse notar. Todo en él, desde sus hombros anchos como un portón hasta las cicatrices que cruzan su rostro como mapas de viejas batallas, grita peligro. Tiene manos grandes, callosas, con nudillos que parecen haber golpeado más hueso que madera, y una voz grave que suena como piedras raspando contra metal. Nadie se detiene a preguntarle cómo obtuvo su apodo. Nadie quiere saberlo.

Era soldado, una vida que dejó atrás con más rabia que nostalgia. Los detalles son borrosos, o tal vez Garrik se encarga de mantenerlos así, pero lo que todo el mundo sabe es que lo traicionaron. Algo sobre un comandante que vendió su unidad por un saco de oro, o tal vez compañeros que huyeron y lo dejaron para morir. Sea como sea, esa traición lo partió en dos. El Garrik de ahora no sirve a nadie más que al dinero, y la lealtad es un lujo que solo ofrece a quien puede pagarlo.

En Las Cenizas, Garrik se ha labrado una reputación que pocos igualan. No porque sea astuto ni especialmente rápido; es porque cuando Garrik golpea, algo se rompe, ya sea un brazo, una mandíbula o la voluntad de quien se atreva a enfrentarlo. Trabaja en el mercado negro, transportando armas, cobrando deudas, asegurándose de que los tratos se cumplan. Es simple, directo, y letal. No le gustan las complicaciones, ni las causas nobles. "Dime lo que quieres y págame lo que vale. Nada de discursos," gruñe a cualquiera que intente adornar un trabajo con palabras de más.

Pero no es todo fuerza bruta. Hay algo en Garrik que lo separa de otros matones. Un sentido extraño del deber, o tal vez un código personal que solo él entiende. Nunca se ensaña con los débiles; los ignora, los deja pasar como si fueran un detalle insignificante en su camino. Su desprecio no es cruel, es práctico. "No puedes culpar a un ratón por ser un ratón", dice, aunque su paciencia para los ratones es limitada. Respeta la fuerza y, más aún, la resistencia. Si alguien logra mantenerse en pie frente a él, aunque sea por un segundo más de lo esperado, Garrik lo recuerda.

"En Las Cenizas no hay lugar para los blandos. Si no eres capaz de sobrevivir, mereces lo que te pasa."


Edad: 38/ Estatura: 1.62 m. / Ocupación: Mercader

Rissa leith

Rissa no tiene la estampa de una amenaza. Su figura es menuda, sus manos delgadas, y su voz —aunque firme— nunca sube demasiado de volumen. Pero en Las Cenizas, donde incluso las sombras tienen hambre, ella se ha convertido en un nombre que flota en los susurros, un rostro que reconocen los que se atreven a caminar por las calles más estrechas, donde la vida vale menos que una daga mellada.

Nadie puede negar que sabe cómo moverse. Se le ve recorriendo el mercado negro, ajustándose un chal raído sobre los hombros como si fuera un manto de realeza. No es realeza, claro está; ni siquiera tiene raíces que pueda recordar. Su infancia fue una serie de manos que la apartaban, de rincones donde aprendió que observar era una forma de poder. Ahora, la gente la mira a ella. Escucha lo que dice. Le temen, o más bien temen al aire que la rodea, a esa certeza que tiene cuando fija el precio de algo o cuando, con un gesto sutil, da luz verde a uno de los mercenarios que ha contratado.

Ellos son su seguridad, sus espaldas. Hombres y mujeres que por unas monedas aceptan recordarle al mundo que aunque Rissa no lleva un cuchillo en la mano, siempre hay uno a su disposición. Pero ella no lo necesita. Nunca lo ha necesitado. Su verdadera arma son sus palabras, su habilidad para hacer que la gente dude, para transformar una conversación en un laberinto del que solo ella conoce la salida.

En el fondo, sabe que su poder es precario. En Las Cenizas, todo lo es. Los días están hechos de pequeñas victorias y de luchas constantes por mantener lo poco que se tiene. Rissa nunca ha olvidado lo rápido que se puede perder todo, cómo la vida puede reducirse a un parpadeo mal calculado. Por eso siempre está un paso adelante, siempre observando, siempre lista para negociar su salida.

"Si interfieres con mi negocio, no vas a lidiar conmigo... vas a lidiar con quienes protegen mis intereses."


Edad: 45/ Estatura: 2.18 m. / Ocupación: Líder de los Riftwalkers

rowan ravenport

Rowan no inspira simpatías, pero tampoco las busca. Hay en él una especie de equilibrio frío, algo que repele y atrae con la misma fuerza. No es altivo, pero su postura es rígida, medida. Da la impresión de que cada gesto ha sido previamente ensayado. Es el tipo de hombre que se detiene frente a un incendio no por el espectáculo, sino por la lógica del fuego, por la precisión con que todo se convierte en ceniza.

Creció en los márgenes de un lujo apenas sostenido, más apariencia que sustancia. Su familia, ambiciosa y torpe, ascendió demasiado rápido por una escala social que no tolera errores. Rowan era aún joven cuando observó el derrumbe: una caída breve, violenta, definitiva. Los asesinaron a todos en una sola noche. A él lo dejaron con vida. Tal vez por descuido. Tal vez como advertencia. Nunca lo supo, y tampoco hizo el intento de averiguarlo.

Desde entonces, se ocupó de construir algo que no pudiera deshacerse tan fácilmente. Primero, el silencio. Después, la información. Comprendió pronto que el poder no se encuentra en la fuerza ni en los nombres heredados, sino en conocer el lugar exacto donde presionar para que otros caigan. Así se convirtió en líder del gremio Riftwalker, un nombre que la nobleza apenas susurra, con respeto o con miedo, según la deuda.

Leer a Rowan no es sencillo. Su rostro no cambia, pero hay algo en su mirada que sugiere que siempre sabe más de lo que dice. Habla poco y en voz baja, como quien invita a confiar, aunque cada palabra suya lleva un peso que rara vez se revela de inmediato. No es que carezca de emociones; simplemente las administra con la precisión de alguien que entendió, hace tiempo, que mostrarlas no es útil.

Tal vez por eso nadie sabe con certeza qué lo impulsa. Algunos suponen que lo mueve la venganza. Los que lo conocen mejor saben que su ambición va más allá del daño: Rowan no quiere justicia, quiere control. No por lo que promete, sino por el placer callado de sostener a otros en el aire… y dejarlos caer.

"Las Cenizas son útiles para ensuciarse las manos... pero mi lugar está donde se toman las decisiones, no donde se recogen los restos."


Edad: 21/ Estatura: 1.60 m. / Ocupación: Comerciante del mercado negro

nyssa grimvale

Nyssa tiene una habilidad inquietante para hacerte sentir cómodo y nervioso al mismo tiempo. Te mira como si te conociera de toda la vida, aunque sea la primera vez que cruzan palabras, y de alguna manera logra que pienses que el trato que te ofrece es más por amistad que por negocio. Pero esa es su magia. Nyssa no te roba; te convence de que lo que estás dando es justo lo que querías dar.

No es especialmente alta ni fuerte, y sin embargo, se mueve por el mercado negro como si ella misma lo hubiera inventado. Su puesto es un desastre organizado: cajas llenas de baratijas que parecen basura hasta que te dice qué son, frascos con líquidos que cambian de color bajo la luz, y un montón de libros viejos con títulos que no puedes pronunciar. Todo tiene una historia, y Nyssa te la cuenta como si fueras el único que merece saberla.

La gente dice muchas cosas sobre ella. Que alguna vez fue parte de la nobleza, que se infiltró en los salones más lujosos para vender secretos al mejor postor, o que una vez robó algo tan valioso que la echaron de donde fuera que vino. Nyssa no confirma ni desmiente nada. Se limita a sonreír de lado, a veces añadiendo un detalle absurdo, como que la criaron lobos. No importa si es verdad o no; lo importante es que la gente hable. Y en Las Cenizas, todos hablan de Nyssa.

Es astuta, claro, pero también sabe cuándo callar. No fuerza las cosas. Si no quieres comprarle nada, no insiste, pero deja la conversación abierta para otro día, como una trampa bien puesta. Porque sabe que volverás. Siempre vuelven. Si hay algo que necesitas, algo que no puedes encontrar en ningún otro lugar, Nyssa lo tiene o sabe dónde conseguirlo. Y si no lo tiene, hará que pienses que lo tendrá mañana, solo para que regreses.

No es una amenaza obvia. Nyssa no alza la voz, no lleva armas, y nunca busca problemas. Pero hay algo en su presencia que te dice que no es alguien a quien quieras cruzarte. Si alguna vez las cosas se ponen tensas, siempre encuentra una salida, como si hubiera planeado cada paso antes de que los demás siquiera pensaran en moverse. No le interesa la violencia. "Eso es para los idiotas y los desesperados", suele decir, encogiéndose de hombros mientras negocia el precio de algo que parece inútil, pero que probablemente no lo es.

"Si tienes que preguntar cuánto cuesta, es porque no puedes permitírtelo"


Edad: 26/ Estatura: 1.78 m. / Ocupación: Vendedora de pociones en el mercado negro.

helena fenn

Helena es un nombre que recorre Las Cenizas como el viento que sopla antes de una tormenta: susurrante, inquietante, imposible de ignorar. Nadie sabe realmente quién es o de dónde viene, pero todos parecen coincidir en que hay algo en ella que escapa a lo normal. Algunos dicen que lleva décadas allí, otros aseguran que la han visto siempre con la misma cara, el mismo cabello plateado revuelto y esos ojos que te atraviesan como si pudieran leer tus secretos más oscuros. Su voz es tranquila, pausada, pero tiene algo que te hace sentir pequeño, como si ella supiera cosas que tú ni siquiera podrías imaginar.

Vive en una cabaña justo donde termina el pueblo y comienza el bosque maldito, un lugar que nadie se atreve a visitar sin una muy buena razón. La cabaña parece salida de una pesadilla: la madera vieja cruje como si respirara, las ventanas están cubiertas de mugre y reflejan cosas que no deberían estar ahí. Dentro, es un caos organizado. Hay frascos llenos de líquidos de colores extraños, hierbas colgando del techo y un calor sofocante que no viene del fuego. Ese calor parece parte de Helena, como si ella misma estuviera hecha de algo que no pertenece del todo a este mundo.

Pero lo que realmente define a Helena no es su casa ni su aspecto, sino lo que hace. Dicen que sus pociones curan lo incurable y que sus amuletos son más fuertes que cualquier oración, pero nadie se acerca a ella sin miedo. Su ayuda siempre tiene un precio, y no es dinero. A veces pide algo tan sencillo como una lágrima, pero otras exige algo que te marca para siempre: un recuerdo, un secreto, o incluso años de tu vida. Nadie entiende del todo su lógica, pero todos saben que es mejor no negociar con ella a la ligera.

A pesar de su fama, Helena no parece interesada en el poder ni en la riqueza. No busca adoradores ni aliados; simplemente está allí, como parte del paisaje, esperando a quien la necesite. Y, sin embargo, algo en su forma de ser da miedo, esa sensación de que no es del todo humana, de que disfruta más con las maldiciones que con las curas. Si de verdad es descendiente de las brujas que maldijeron Ulmore, parece más empeñada en mantener viva esa oscuridad que en redimirla.

"El poder tiene un precio, siempre lo ha tenido. La pregunta no es si quieres pagarlo, sino si estás dispuesto a hacerlo. "


Edad: 49/ Estatura: 1.94 m. / Ocupación: Dueño y Tabernero de 'Ojo de Cuervo'

duncas piler

Duncas no es un hombre complicado, o al menos eso diría él. Se levanta antes del amanecer, arrastra las sillas al centro del "Ojo de Cuervo" para barrer la suciedad acumulada de la noche anterior, limpia la barra con el mismo trapo viejo que parece llevar años colgado de su hombro y pone a hervir agua para el estofado del día. Es una rutina sencilla, casi mecánica, pero hay algo en la manera en que ajusta los bancos o revisa las tablas sueltas del suelo que te hace pensar que este lugar es más que una taberna para él. Es su casa. Su refugio. Y a veces, su cárcel.

No tiene tiempo para tonterías, ni para los que creen que pueden pasarse de listos. No en su taberna. Duncas aprendió hace años que, en Las Cenizas, si no impones tus propias reglas, alguien más lo hará por ti, y ese tipo de caos no es algo que él esté dispuesto a tolerar. No grita, no amenaza. No lo necesita. Tiene esa mirada pesada, como de alguien que te ha visto cometer el error antes de que siquiera lo pienses, y una voz que, aunque baja, lleva más autoridad que cualquier grito. "Si quieres romper algo, empieza por tus propios huesos," le soltó una vez a un mercenario borracho que intentaba volcar una mesa. El tipo se detuvo. Todos se detienen porque siempre hay respeto para quien sirve los tragos.

Duncas no es sentimental, o al menos eso intenta. Pero cuando Caleb, su hijo, se mueve detrás de la barra recogiendo vasos vacíos o sirviendo con cuidado una jarra de cerveza, sus ojos lo siguen, aunque solo sea por un segundo. Nunca le dice que está orgulloso, pero lo está. Le ha enseñado todo lo que sabe, desde servir un estofado caliente sin parecer débil hasta manejar a los tipos más peligrosos de Las Cenizas con una mezcla de respeto y firmeza. Caleb es la única persona por la que Duncas se permitiría perder el control, y todo el mundo lo sabe. Por eso nadie se mete con el chico.

Duncas no se considera un hombre importante. No espera que nadie recuerde su nombre cuando él ya no esté. Pero mientras el "Ojo de Cuervo" siga en pie, mientras Caleb esté a salvo y la gente que cruce sus puertas tenga un lugar donde sentarse y olvidarse del mundo por un rato, siente que ha hecho lo suficiente.

"Aquí las peleas se pagan igual que las bebidas. Si vas a empezar una, más te vale tener con qué cubrirla."


Edad: 23/ Estatura: 1.63 m. / Ocupación: Flor de Cordelia

rosyn gardenhill

Rosyn no es de esas mujeres que buscan agradar, y eso es precisamente parte de su magnetismo. Hay algo en ella, un desdén apenas disfrazado tras un velo de cortesía mecánica, que provoca que algunos la eviten mientras que otros, los más curiosos o necios, se sienten irremediablemente atraídos. En el Jardín de Cordelia, donde cada mujer lucha por brillar en un espacio que no deja cabida para más que sombras, Rosyn parece haber decidido que su única obligación es consigo misma.

No es frágil, aunque sabe fingirlo cuando le conviene. Tampoco es una víctima; nunca lo permite. Su andar es elegante, como una nota musical perfectamente tocada, pero su mirada tiene filo, como si pudiera diseccionar a cualquiera que se acerque demasiado. La empatía no le interesa, ni la necesita. Lo que realmente disfruta es el caos dirigido, ese tipo de discordia que enciende las grietas que otros tratan de ocultar. Puede sembrar dudas con unas pocas palabras o provocar una pelea con una sonrisa ladeada, como si fuera un juego que domina con maestría.

Su desprecio hacia la magia es visceral, una náusea que no puede ocultar. No es una postura ideológica ni política; es algo más instintivo, casi primitivo. Como si al cruzarse con ella, la magia misma la reconociera como una amenaza, y Rosyn le respondiera con el mismo desdén. Algunos murmuran que su aversión tiene raíces en algo personal, un secreto enterrado en su pasado. Pero ella nunca lo confirma ni lo niega, porque lo último que Rosyn permitiría es que alguien crea comprenderla.

El Jardín de Cordelia es su refugio, no por amor al lugar, sino porque le ofrece espacio para ser exactamente quien es: una mujer que no le debe nada a nadie, que no busca redención ni propósito, sino simplemente sobrevivir en sus propios términos. Y si puede desarmar a los demás en el proceso, mucho mejor.

"Lo bueno de la oscuridad es que nadie sabe lo que haces hasta que lo no importa."


Edad: 22 / Estatura: 1.65 m. / Ocupación: Mercenaria / Afiliación: Bloodbound.

Poppy gardenhill

Poppy dejó el Jardín de Cordelia sin mirar atrás, pero nunca sin saber lo que dejaba. A los dieciséis, caminó fuera de esas puertas con la espalda recta y la mandíbula tensa, como si el peso de su decisión no fuese más que un saco vacío. Renunció a la suavidad de la seda y a las palabras dulces que prometían todo y nunca daban nada. En su lugar, eligió una espada, fría y sólida, algo que al menos le devolvía el golpe.

En el gremio Bloodbound la aceptaron sin grandes ceremonias. No era la más fuerte ni la más rápida, pero sabía cómo sobrevivir, y eso bastaba. Era lista, pero no era suficiente para encajar del todo. Siempre estaba al borde, como si aún llevara en los bolsillos el polvo del Jardín, como si una parte de ella nunca hubiese salido realmente de allí.

El pasado no la seguía, exactamente. Más bien era como un eco, algo que no escuchas hasta que la noche se queda en silencio. Cuando terminaba un trabajo, cuando las monedas tintineaban en su mano y el sudor de la batalla empezaba a enfriarse, era entonces que la realidad se colaba.

No hablaba de ello, y nadie le pedía que lo hiciera. Pero a veces, cuando alguien la miraba demasiado tiempo, era difícil no notar el filo detrás de su quietud, esa tensión que hablaba de alguien que había elegido la lucha no porque quisiera ganar, sino porque no sabía hacer otra cosa.

Poppy nunca volvió al Jardín, ni siquiera para verlo desde lejos. Pero algunos días, cuando el sol golpea en un ángulo particular, cuando el olor del polvo y el sudor se mezcla con algo más dulce, su rostro se endurece. Como si estuviera recordando algo que había prometido olvidar. O como si, por un momento, el Jardín la estuviera llamando de vuelta.

"Los clientes me veían como una flor. Ahora soy un maldito rosal.”


Edad: 12 / Estatura: 1.37 m. / Ocupación: Ladrona y mensajera del mercado negro

myseria Dirge

Nadie sabe su verdadero nombre. Myseria, le dicen, y ella se aferra a ese apodo como si fuera lo único sólido en un mundo que se desmorona. Es una niña pequeña, huesuda, con trenzas negras que parecen apretadas por la necesidad más que por la vanidad. Sus ojos son azules, pero no de ese azul que inspira confianza. Son inquietantes, demasiado vivos para alguien que ha pasado tanto tiempo esquivando la muerte.

En Las Cenizas, Myseria ha aprendido a ser más rápida que la miseria. A veces la ves pasar, un bulto raquítico con ropa demasiado grande, y te olvidas de ella antes de que tus manos noten que algo falta en tus bolsillos. Nadie sabe cómo lo hace. Esas manos, pequeñas y llenas de mugre, parecen más hechas para mendigar que para robar, pero siempre están ocupadas, siempre en movimiento.

No es que sea particularmente fuerte ni especialmente inteligente. Es lista, claro, pero no más que cualquier otra rata callejera. Lo que la hace diferente, lo que la mantiene viva, es esa especie de terquedad que se te clava en los dientes. Myseria no pelea, no grita, no pide. Pero tampoco cede, nunca. Si la empujas, no se cae; si la ignoras, no desaparece. Es como una grieta en el suelo: pequeña, molesta, imposible de arreglar.

Algunos en el mercado negro dicen que tiene suerte. Otros murmuran que debe haber hecho un pacto con algo oscuro, porque nadie sobrevive tanto tiempo en Las Cenizas sin ayuda. Myseria no les presta atención. Nunca ha creído en la suerte ni en pactos ni en cuentos. Solo cree en sus pies, en lo rápido que puede usarlos para correr, y en lo que sus manos pueden tomar antes de que alguien se dé cuenta.

Por la noche, cuando las calles se enfrían y hasta los ladrones se esconden, a veces la ves sentada sola en un rincón, comiendo despacio lo que sea que haya conseguido ese día. No sonríe, no canta, no juega. Solo mastica, mirando a un punto cualquiera como si estuviera memorizando el mundo. Tal vez lo esté. Nadie sabe qué pasa por su cabeza, pero si te quedas demasiado tiempo mirándola, esos ojos azules te encuentran. Y entonces te das cuenta de que no es una niña como las demás. Es más hueso que carne, más sombra que persona. Y, sin embargo, ahí sigue. Contra toda lógica, ahí sigue.

"Si me recuerdas significa que algo se perdió. Y si no me recuerdas, significa que lo hice bien.”


Edad: 20 / Estatura: 1.70 m. / Ocupación: Herborista y curandera

Cattleya drábek

Cattleya es una mujer que no pertenece del todo a ningún lugar, aunque sus pies siempre estén enraizados en las Cenizas. Tiene algo en su mirada que recuerda a una tormenta que ya pasó, a cielos cubiertos de ceniza que se niegan a despejarse. Sus manos son ágiles, callosas en la punta de los dedos, marcadas por la vida en constante contacto con raíces, hojas y cortezas, pero hay en sus gestos una precisión casi obsesiva. Cuando trabaja, su mente parece alejarse, atrapada en un equilibrio invisible que solo ella comprende: una pizca de algo para sanar, otra para destruir.

Los que la conocen dicen que no es fácil adivinar en qué está pensando, pero que, si llegas a sus manos, estás en las mejores o las peores. Todo depende de lo que necesites de ella… o de lo que ella decida que necesitas.

Cattleya no es amable, pero tampoco cruel. Tiene un trato directo y una voz que, aunque suave, guarda una firmeza que parece haber nacido de la necesidad, como si hubiese aprendido a enterrar cualquier rastro de dulzura para poder seguir adelante. En las Cenizas, no hay espacio para adornos ni gestos que no sean imprescindibles. Ha visto demasiados cuerpos convertirse en polvo, demasiadas esperanzas sofocadas antes de florecer. Quizás por eso nunca hace promesas, ni a los vivos ni a los muertos. Ella no habla de lo que hará; simplemente lo hace. Su lealtad no está en las personas, sino en su labor.

De Kieran habla poco, aunque es difícil separar sus nombres en las calles de las Cenizas. Si lo mencionan, ella se limita a torcer los labios en un gesto ambiguo, como si las palabras fueran demasiado frágiles o insignificantes para capturar todo lo que él significa. Pero si alguna vez alguien la ha escuchado reír, una risa breve, seca y casi accidental, probablemente haya sido en su compañía.

"La diferencia entre la vida y la muerte está en la dosis.”


Edad: 48/ Estatura: 1.72 m. / Ocupación: Alcahueta, dueña del burdel.

Cordelia Gardenhill

Cordelia siempre supo cómo moverse en las sombras de los salones dorados, cómo inclinarse justo lo suficiente para que su risa sonara sincera pero no entregada, cómo mirar a los ojos de un hombre y hacerle creer que era especial sin decirle ni una sola mentira. De joven, la corte la trató como a un adorno exquisito, pero ella sabía que su verdadero valor no estaba en su rostro o en los vestidos que usaba, sino en las cosas que los demás decían cuando pensaban que no escuchaba. Cordelia aprendió rápido que un secreto podía comprar más que un anillo de diamantes, y eso le bastó para abrirse paso entre la nobleza.

Pero la corte es despiadada. En cuanto alguien comete un error, no hay misericordia. Su error fue confiar en quien no debía. El escándalo no fue su caída; fue el empujón que otros esperaban para deshacerse de ella. Sin aliados, sin un lugar al que volver, huyó. Nadie pensó que Cordelia sobreviviría en Las Cenizas, un lugar donde los débiles se convierten en cenizas reales. Pero no solo sobrevivió. Se convirtió en alguien que incluso los más duros respetaban.

El *Jardín de Cordelia* no es solo un burdel, aunque a simple vista lo parezca. Cada rincón está diseñado para que los clientes se relajen lo suficiente como para bajar la guardia. Cordelia lo sabe todo de ellos: quién bebe demasiado, quién murmura nombres prohibidos, quién llega buscando más que placer. Ella no fuerza nada; la información fluye hacia ella como un río. Escucha, observa, y recuerda.

En Las Cenizas, Cordelia se ha convertido en una figura intocable. No porque sea la más fuerte ni la más rica, sino porque sabe demasiado. Nadie quiere estar en su contra. Aunque la respetan, también le temen, porque su sonrisa puede ser tan cálida como un abrazo o tan fría como una sentencia de muerte.

"El placer tiene un precio, pero la traición aquí se paga con sangre.”


Edad: Aparenta +60/ Estatura: 1.62 m. / Ocupación: Sanadora que trabaja en la clandestinidad

Magda Grelfarn

Magda no es la clase de persona que inspire confianza a primera vista. Tiene esa mirada directa, demasiado fija, como si estuviera evaluando qué tan útil podrías ser para ella. No es que sea malintencionada, pero en Las Cenizas nadie tiene el lujo de ser amable por puro gusto. Magda lo aprendió temprano, cuando todavía era una chiquilla ayudando a una vieja bruja que le enseñó a hablar con las plantas y a leer los signos en la tierra. Lo aprendió de nuevo, con más dolor, cuando la cacería de brujas se llevó todo lo que conocía, dejando a las sobrevivientes dos opciones: morir o esconderse.

Ella eligió esconderse, aunque la palabra no le gusta. Lo llama "adaptarse". Dejó la magia atrás, al menos la parte que podía delatarla, y comenzó a trabajar como sanadora. Pero no es como esas figuras bondadosas que cuentan en las historias, las que dan hierbas a cambio de una sonrisa y un gracias. Magda cobra. Cobra caro. Sus curas son efectivas, sí, pero nunca suaves. Siempre hay algo que se queda contigo después, como una sombra en la memoria. No le importa mucho si sus métodos asustan. Lo que importa es que funcionan, y en un lugar como Las Cenizas, eso es suficiente.

Su clínica, si es que se puede llamar así, está en una esquina lúgubre del barrio. Las paredes son de piedra fría, el aire huele a humedad y hay estanterías repletas de frascos que contienen cosas que prefieres no mirar demasiado de cerca. Magda conoce el bosque maldito mejor que nadie. Sabe qué raíces pueden salvarte la vida y cuáles te la roban mientras duermes. Ese conocimiento es lo que la hace invaluable. Los Bloodbound, los Ebonclaw y hasta los pobres diablos que apenas tienen con qué comer recurren a ella cuando no les queda más opción.

Pero Magda no tiene lealtades, al menos no de la forma en que la gente suele entenderlas. Su prioridad es mantener su clínica funcionando, pagar a los matones que la protegen y asegurarse de que la próxima persona que cruce su puerta no sea la última que ve. No habla mucho de su pasado, y si alguien intenta preguntarle, cambia de tema con una facilidad desconcertante. Lo único que queda claro es que no tiene paciencia para la lástima, ni para sí misma ni para nadie más.

"Curar no es salvar. La gente confunde esas cosas y siempre termina pagando un precio que no esperaba.”


Edad: 30/ Estatura: 1.86 m. / Ocupación: Recolector y herborista

rurik caldren

Rurik no es un hombre fácil de entender, pero tampoco lo intenta. Vive como si llevara una deuda con el mundo, algo que nadie le pidió que cargara pero que él arrastra de todos modos. Tiene una de esas caras que no delatan mucho, de esas que podrían pasar desapercibidas si no fuera por los ojos. Oscuros, siempre atentos, como si estuviera esperando algo, o tal vez a alguien.

Cuando lo expulsaron de Ulmore, no se molestó en defenderse. Se quedó allí, quieto, dejando que la palabra "brujo" rebotara contra él como una piedra en el agua. ¿Qué podía decir? ¿Que solo mezclaba hierbas para curar heridas, no para lanzar maldiciones? ¿Que su madre le había enseñado a calmar la fiebre o ayudar a un parto difícil? La gente ya había decidido. Siempre lo hacen.

Ahora vive en el borde del bosque maldito, en una cabaña que apenas se mantiene en pie, hecha de tablas torcidas y clavos oxidados. Es un lugar pequeño, con una cama que cruje al menor movimiento y una mesa donde guarda sus frascos, cuchillos y montones de hierbas secándose al sol. Para cualquiera sería un sitio miserable, pero para él es suficiente. Rurik nunca ha tenido más de lo necesario, y quizá por eso no lo extraña.

En Las Cenizas, la gente no sabe qué hacer con él. No es un extraño, pero tampoco es uno de ellos. Lo ven llegar con su bolsa de cuero, y algunos desvían la mirada mientras otros se acercan con cuidado, como si fueran a pedirle un favor que no quieren deberle. Rurik no pone condiciones. Entrega lo que le piden, toma lo que le ofrecen y sigue su camino. Pero no se queda a escuchar las gracias ni las historias. No tiene tiempo para eso.

Así que sigue adelante, un día a la vez, mezclando hierbas y vendiendo remedios a un mundo que no se decide si temerle o necesitarle. No busca redención ni perdón. No busca nada. Solo vive. Porque a estas alturas, eso ya es bastante.

"La naturaleza no juzga, pero tampoco perdona."


Edad: 24/ Estatura: 1.80 m. / Ocupación: Cazador de brujas independiente y mercenario.

Kael Orlen

Kael no tiene hogar. No en el sentido físico —cualquiera puede encontrar un rincón donde caer muerto—, sino en la forma en que una vida puede partirse en tantas direcciones que ya no queda lugar al que pertenecer. Lo que los otros llaman odio, él lo siente como un vacío; un impulso frío, casi mecánico, que lo lleva a adentrarse en el bosque maldito una y otra vez. No busca gloria ni redención. Sólo está ahí porque quedarse quieto sería peor.

A veces recuerda las manos ásperas del hombre que lo entrenó, que lo levantaba del suelo tras una caída y le susurraba que la magia era un veneno que había que purgar. Tenía once años y ya había aprendido a afilar cuchillos y a distinguir el brillo en los ojos de las cosas que no eran humanas. Pero también recuerda el sabor metálico del miedo, los rostros de las personas que mató porque le dijeron que debía hacerlo, porque el deber no deja espacio para dudar.

Kael dejó la orden cuando ya no pudo soportar la rigidez de esas mismas palabras que lo habían moldeado. No lo hizo con un discurso heroico ni con una explosión de rabia. Simplemente se fue. Una noche cerró la puerta y no miró atrás. Ahora camina por el bosque como un espectro, cazando no porque lo disfrute, sino porque ya no sabe cómo ser otra cosa. Sus botas siempre están cubiertas de barro, su chaqueta desgarrada en los bordes, y hay un olor a humedad que nunca parece abandonarlo, como si el bosque lo hubiese marcado de una manera que no puede lavar.

En Las Cénizas, nadie lo mira a los ojos. No es miedo, exactamente, pero hay algo en su presencia que hace que la gente desvíe la vista, como si temieran ser vistos por él. Porque Kael juzga, siempre, aunque no diga nada. Lleva el peso de sus creencias como una cicatriz que aún no sana, y eso lo convierte en un enemigo natural de cualquier cosa que no encaje en su rígido código de lo que debería ser.

"La magia no es un don, es un veneno al que llaman bendición."


Edad: 21/ Estatura: 1.83 m. / Ocupación: Herrero

ivak ironbark

Ivak siempre parece estar cubierto de hollín, con las manos ásperas de tanto moldear metal y el cabello despeinado como si el calor de la forja no le diera tregua. Es el menor de los Ironbark, pero no se siente menos por ello; su lugar está claro, y lo ha hecho suyo. Mientras sus hermanos mayores discuten, trazan planes y se ocupan de las cuentas, él carga con el peso —literal y figurado— del taller. Es quien levanta los martillos más pesados, quien enciende el horno antes de que salga el sol, quien se queda hasta tarde perfeccionando un diseño que nadie le pidió pero que todos acabarán usando.

Hay una fuerza tranquila en Ivak, el tipo de energía que no busca ser admirada pero que es imposible ignorar. Donde Eirik impone con autoridad y Galen deslumbra con ideas, Ivak simplemente está ahí, constante como el fuego de la forja, sólido como el acero que trabaja. No es que no tenga ideas propias, las tiene, y son buenas. Sus manos grandes y torpes a primera vista esconden una destreza que sorprende a quienes lo observan trabajar. Ha creado cosas que nadie esperaba: un filo más duradero, un mecanismo más sencillo, una herramienta que ahorra tiempo y esfuerzo. Su creatividad no se anuncia, pero está en todo lo que hace.

A pesar de su fuerza y su ingenio, Ivak no busca protagonismo. Prefiere observar, escuchar, ser parte de algo más grande. Los clientes del taller lo respetan, no porque imponga como su padre o sus hermanos, sino porque siempre cumple. Si promete algo, lo entrega, aunque signifique trabajar hasta que sus brazos no den más. Y, sin embargo, hay una chispa en él, algo que va más allá del deber. Se le nota cuando sonríe de lado al ver cómo una de sus ideas funciona mejor de lo esperado, o cuando bromea mientras levanta una pieza tan pesada que otros necesitarían ayuda.

"He aprendido que el metal no miente; se dobla o se quiebra, igual que nosotros."


Edad: 22 / Estatura: 1.90 m. / Ocupación: Mercenario independiente

kieran drábek

Kieran es un filo desgastado, más peligroso por su aspereza que por su precisión. Camina como si el suelo le perteneciera, incluso en las ruinas de Las Cenizas, donde nadie tiene más que migajas de poder. No busca respeto ni lo exige; simplemente lo arranca a quienes osan cruzarse con él. Con un rostro que parece cincelado para intimidar y ojos grises como el amanecer después de una noche de tormenta, Kieran no es el tipo de hombre que se esconde, aunque las sombras parezcan su hogar natural.

Su vida está marcada por decisiones rápidas y manos firmes. No le tiembla el pulso cuando clava una daga, ni se detiene a pensar en las consecuencias de un golpe. Para Kieran, todo es una ecuación de supervivencia: si no lo haces tú, alguien más lo hará. Es eficiente en lo que hace, casi brutalmente artístico. Su reputación lo precede; mercenario, asesino, superviviente. Un hombre que cumple el trabajo, sin importar cuán sucio sea. En su mirada se lee una ausencia de esperanza tan densa como el aire de los callejones que lo vieron crecer.

Vive entre el filo de la espada y el eco de su propia respiración, cada día una negociación con la muerte, cada noche una batalla con los fantasmas que lo persiguen. Si hay algo que Kieran teme, jamás lo mostrará. Es un hombre que ha aprendido a usar el miedo como un arma, no como una debilidad.

"¿Crees que eres listo? He visto a ratas más listas en las alcantarillas. Al menos ellas saben cuándo correr.”


Edad: 57/ Estatura: 1.78 m. / Ocupación: Herrero

orlan ironbark

Orlan no habla de antes. No porque sea un secreto, sino porque lo considera inútil. De qué serviría recordar el taller grande, los muros sólidos y el respeto que acompañaba su nombre. Lo perdió todo de un golpe, en una sola disputa que ni siquiera tuvo el gusto de ser justa. Ahora el pasado no es más que un sabor amargo en su lengua, una deuda que sabe que nunca cobrará. En Las Cenizas, nadie tiene tiempo para escuchar historias de lo que fue. Y él, francamente, tampoco tiene ganas de contarlas.

Su taller actual es un espacio reducido, una jaula de hollín y chatarra donde el calor del horno parece el único consuelo constante. Cada día empieza igual: encender el fuego, elegir el metal, calcular cuánto tiempo le tomará hacer algo que alguien más destrozará en cuestión de semanas. A veces cree que está fabricando no armas, sino excusas para seguir respirando. Sin embargo, su trabajo sigue siendo impecable, porque no sabe hacerlo de otra manera. Incluso en este rincón olvidado del mundo, con clientes que apenas pagan lo suficiente para sobrevivir, Orlan se niega a entregar algo que no sea perfecto.

Con sus hijos, su lenguaje es otro. Un movimiento de cabeza, un gruñido, una mirada que dice más de lo que cualquier palabra podría. Ellos lo entienden, o al menos lo suficiente como para no insistir. Galen con sus diseños, Ivak con su fuerza, Eirik con su sentido práctico; cada uno tiene su papel, y Orlan los observa desde su rincón, como un general cansado que sigue dirigiendo la batalla desde las sombras. Nunca les dice que está orgulloso. No porque no lo esté, sino porque no sabe cómo. El orgullo, para él, es algo privado, algo que se siente en la soledad del taller cuando nadie más está mirando.

"El martillo no elige qué forjar, eso depende del que lo empuña. Lo mismo pasa con las personas."


Edad: 52/ Estatura: 1.84 m. / Ocupación: Contratista

Stephen goldryver

Stephen no es un fantasma, pero se siente como uno. Si caminas por Las Cenizas lo suficiente, tarde o temprano lo ves: una figura alta, elegante en un modo inexplicable, como si hubiera caído aquí desde un lugar mejor y nunca se molestara en cambiar de piel. Lleva siempre las manos limpias, los puños de la camisa inmaculados, como si el polvo y la miseria de Ulmore fueran incapaces de tocarlo. Pero no es eso lo que lo hace memorable. Es la mirada. Hay algo en ella, algo que te arranca las palabras de la boca antes de que te atrevas siquiera a saludarlo.

Dicen que alguna vez fue un niño como cualquier otro, corriendo entre el lodo y los mercados, vendiendo lo que fuera para no morir de hambre. Pero Stephen aprendió rápido que el hambre no es solo algo que se siente en el estómago. Es una fuerza, una herramienta, algo que puedes usar contra otros si sabes cómo. No fue un gran luchador ni un ladrón especialmente talentoso; lo suyo era distinto. Sabía cómo mirar a las personas y encontrar en sus ojos lo que querían, lo que temían. Y con eso construyó un imperio pequeño pero eficiente, hecho de secretos, de favores, de la desesperación de quienes no tenían más opciones.

No es cruel, no en el sentido tradicional. Stephen no disfruta ver sufrir a otros. Pero tampoco pierde el sueño cuando alguien cae por no seguir sus reglas. Él mismo las vive con una disciplina casi absurda: no mentir, no improvisar, no dejar cabos sueltos. No porque sea virtuoso, sino porque entiende que en un lugar como este, todo se reduce a confianza, y en Las Cenizas, la confianza es más rara y valiosa que el oro.

Cuando lo encuentras, no es difícil hablar con él. Es amable de una forma que casi da miedo, como un hermano mayor que sabe demasiado sobre el mundo y no quiere herirte, pero tampoco puede protegerte. Escucha más de lo que habla, con ese rostro tranquilo que nunca traiciona lo que está pensando. Y cuando finalmente responde, lo hace con una calma que no deja lugar para dudas: harás lo que te dice, porque no hay otro camino.

"No me importa cómo lo hagas, solo que lo hagas. ¿Estamos claros?"


Edad: 58/ Estatura: 1.86 m. / Ocupación: Líder de la casa Ruthervan y señor de Ulmore.

beroldus ruthervan

Beroldus Ruthervan nunca soportó los juegos de azar, especialmente aquellos donde no podía marcar las cartas a su conveniencia. Desde muy joven comprendió que, en una familia como la suya, la sangre no forjaba lazos: era una moneda que debía gastarse con cuidado. Cuando desterró a su hermano mayor, no sintió furia ni tristeza; solo aplicó la misma determinación metódica de quien afila una hoja antes de usarla. Así tomó las riendas de Ulmore, gobernando desde entonces con la frialdad de un hombre que no cree en segundas oportunidades, ni para los demás ni para sí mismo.

Su rostro es como un mapa trazado a punta de cincel, marcado por cada decisión difícil. Tiene una voz grave, baja, pero tan cargada de autoridad que nadie quiere oírla en un cuarto a puerta cerrada. Para él, los habitantes de Las Cenizas no pasan de ser un eco distante, un ruido que tolera porque no le queda alternativa. La Ulmore que de verdad importa es la franja fértil que controla con mano firme, ese trozo de tierra que para muchos es puro ensueño, pero que él defiende como si fuese la única realidad posible.

Los gremios son su espina clavada: una plaga que jamás logra erradicar del todo. Su desprecio hacia los semihumanos no brota de la rabia; es algo más calculado, más gélido. Los ve como piezas inservibles que un día dejaron de ser útiles y se volvieron un estorbo. Para Beroldus, todo se reduce a una fórmula simple: si algo le sirve, lo conserva; si no, lo elimina sin contemplaciones.

En los pasillos de su mansión, los rumores se filtran como agua estancada. Susurran que su hermano menor, Finrick, urde planes con Isolde en la penumbra. Él no lo niega, pero tampoco mueve ficha. Se limita a esperar, como siempre hace. Cada traición y cada sublevación es una partida que ya ha jugado cientos de veces en su mente. Para Beroldus, la vida es un tablero de ajedrez infinito donde ganar no es definitivo, pero perder resulta imperdonable.

"La gente me llama despiadado, pero ¿Quién se queja de la espada cuando gana la batalla?"


Edad: 45/ Estatura: 1.92 m. / Ocupación: Consejero principal de la familia Ruthervan.

finrick ruthervan

Finrick Ruthervan es de esas personas que no necesitan levantar la voz para que todos en la habitación enderecen la espalda. No da órdenes directas ni amenaza de manera abierta, pero hay algo en su forma de sostenerte la mirada que te hace sentir que sabe más de lo que debería. Alto, delgado, con un rostro que de entrada parece amistoso —casi dócil— hasta que notas ese leve filo en su sonrisa, como una invitación que jamás estás seguro de querer aceptar.

En fiestas y consejos, se desempeña como un diplomático consumado: es el primero en bajar los humos cuando las discusiones suben de tono. Sin embargo, lo más inquietante de él es su habilidad para escuchar. Nunca te interrumpe, ni alza la voz; simplemente te deja hablar hasta el cansancio mientras registra cada una de tus palabras. Y al final, es él quien cierra la conversación, no imponiendo su voluntad, sino logrando que el resto crea que todo fue idea suya.

Los rumores sobre su pasado —que si tuvo un romance con una prostituta o que tuvo un hijo bastardo— circulan sin parar en Ulmore, igual que el aire rancio de sus calles. Finrick nunca confirma ni desmiente nada. Su silencio, como tantas otras cosas en su vida, parece cuidadosamente calculado. Las habladurías no le molestan; más bien, las utiliza como otro ladrillo en la fachada que va construyendo con toda calma.

A diferencia de su hermano Beroldus, que reina con mano de hierro, Finrick ejerce un control más sutil, casi invisible. No es que le falte valor, sino que sabe que la fuerza bruta a menudo resulta un recurso tosco. Si alguna vez llegara a esgrimir un puñal, ten por seguro que la hoja ya habría entrado en tu costado antes de que pudieras notarlo.

Hay quien lo respeta y quien lo teme, pero nadie en Ulmore se arriesga a subestimarlo. Finrick es capaz de mover montañas sin levantar un dedo, alguien que siempre va un paso adelante incluso cuando el resto apenas empieza a entender el juego.

"La duda siempre es más útil que la certeza."

Edad: 17/ Estatura: 1.72 m. / Ocupación: Ladrón y mensajero

fennick mallorn

Fennick Mallorn es un chico que el mundo nunca dejó ser niño, forjado a la fuerza por una ciudad que mastica a los débiles y escupe a los quebrados. A sus diecisiete años, los tejados de Ulmore son su refugio y su trampa, un laberinto elevado donde sus pasos ligeros lo convierten en una sombra, un destello entre chimeneas y azoteas. Le llaman “el lince” no solo por sus habilidades para escalar y desaparecer, sino por esos ojos que parecen no pestañear nunca, siempre en alerta, siempre buscando.

Su vida está marcada por una ausencia que lo consume: su hermana menor. Tenía diez años cuando la vio por última vez, cuando unas manos ásperas y crueles la arrancaron de su lado para venderla como esclava. Esa memoria lo persigue como un espectro, empujándolo a buscarla en cada rincón de Las Cenizas, incluso mientras roba o lleva mensajes entre facciones rivales. A pesar de la brutalidad de su entorno, Fennick mantiene una máscara de despreocupación, riendo en las tabernas o bromeando mientras negocia con mercenarios, pero su sonrisa es siempre una fachada, delgada como el hielo.

Fennick es rápido, ingenioso, y ha aprendido a leer a las personas. Sabe cuándo una promesa es hueca y cuándo una amenaza es real. Pero bajo esa destreza y su exterior endurecido, se esconde un muchacho desesperado, un niño perdido que solo quiere traer de vuelta a quien una vez fue su única familia. Cada salto entre tejados, cada golpe que esquiva, cada moneda que guarda es, en su mente, un paso más hacia esa meta imposible. Y aunque no lo admite, teme que, al final, la única forma de encontrarla sea desenterrándola.

"Los tejados me enseñaron que el mundo es más pequeño desde arriba, pero no menos cruel cuando vuelves a bajar."